Editorial

Sometidos a China

América Latina asiste hoy a una nueva arremetida de la expansión china, que lleva décadas ampliando su dominio en la región. A diferencia de los conquistadores de antaño...

Editorial | | 2025-07-27 07:21:27

América Latina asiste hoy a una nueva arremetida de la expansión china, que lleva décadas ampliando su dominio en la región. A diferencia de los conquistadores de antaño, Beijing no llega con espadas ni cruzadas, sino con financiamiento, tecnología e infraestructura. El resultado es el mismo: sumisión, dependencia y pérdida de control sobre los recursos estratégicos.

China impulsa una política exterior meticulosamente planificada, ejecutada con paciencia imperial y una clara visión de largo plazo. América Latina es ahora su prioridad entre los mercados emergentes, superando incluso a África y Asia Central, regiones donde el gigante asiático ya ha dejado su huella con enormes deudas, control de puertos, minas y redes de telecomunicaciones. Países como Pakistán ya saben lo que significa depender de los yuanes chinos: soberanía hipotecada, condiciones leoninas y un futuro comprometido.

24 países latinoamericanos ya se han adherido a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. Más de 200 proyectos de infraestructura se desarrollan con capital chino, desde megaproyectos portuarios como Chancay en Perú, hasta redes 5G, ferrocarriles y plantas mineras. En Colombia, China ya es el mayor origen de importaciones, superando a Estados Unidos. En Bolivia, no se necesita mucha investigación para constatar que el oro ya no es de los bolivianos, sino de las empresas chinas que lo explotan con escasa fiscalización y nula transparencia. Lo mismo ocurre con el litio: el gran tesoro del siglo XXI es el objetivo silencioso, pero tenaz, del capital chino, que ya controla parte del triángulo del litio entre Argentina, Chile y Bolivia.

El mecanismo es claro: inversiones opacas, créditos con condiciones ventajosas para China, contratos que escapan al escrutinio público y, una vez comprometida la infraestructura o los recursos naturales, se establece una dependencia económica difícil de revertir. Venezuela es el caso más evidente: más de 60 mil millones de dólares en préstamos, respaldados con petróleo y sin margen de maniobra. China no sólo compra materias primas; se apropia de la cadena de valor, instala sus empresas, trae su personal y condiciona decisiones estratégicas.

Los gobiernos, seducidos por el capital fácil y la promesa de desarrollo sin condicionalidades democráticas, se entregan sin medir las consecuencias. Pero el costo es alto. La expansión china no viene acompañada de transferencia tecnológica real, ni de fortalecimiento institucional, ni mucho menos de respeto ambiental o derechos laborales.

Estados Unidos reacciona tarde y mal. Con políticas erráticas y una pérdida sostenida de influencia, observa con alarma cómo China le arrebata su tradicional “patio trasero”. Pero el verdadero drama está en casa. Los gobiernos latinoamericanos están eligiendo a Beijing no porque represente un modelo virtuoso, sino porque les permite evitar las exigencias de gobernabilidad democrática y transparencia que suelen acompañar a los fondos occidentales. Así, el continente entra en una nueva etapa de colonialismo —esta vez financiero, tecnológico y ambiental— sin necesidad de invasiones ni dictaduras.

China no reemplaza a Estados Unidos. China lo supera en estrategia. Y América Latina, en su ceguera y pragmatismo a corto plazo, está cediendo lo que le queda de soberanía. El imperio del siglo XXI no impone su bandera, impone su deuda. Y nosotros, una vez más, volvemos a ser territorio de conquista.