Aunque parezca mentira, te vamos a extrañar, Lucho. No porque tu gestión haya sido buena o porque tu paso por el poder haya dejado algo más que deudas, escasez, inflación y un país fracturado. Te vamos a extrañar porque, cuando estemos en el fondo del abismo que has cavado con tus propias manos —y con las de Evo—, cuando el país se enfrente a la verdad brutal de su colapso, vamos a necesitar una ilusión, una mentira piadosa, algo que nos haga olvidar por un momento la catástrofe. Y en eso nadie te gana.
Has sido un experto en pintar paisajes de cartón mientras el país arde Te mueves como pez en el agua entre cifras maquilladas, discursos reciclados y culpas que siempre son de otros. Mientras tanto, la gente hace filas por combustible, el dólar no aparece, los precios explotan y vos sigues diciendo que todo está controlado.
En medio del caos, construiste una realidad paralela. Un país que solo existe en tus discursos, en tus actos de posesión, en tus viajes, en tu burbuja de poder. Un país donde hay industrialización, inclusión, progreso. En las calles, la cosa es distinta: médicos sin insumos, padres sin leche para sus hijos, pequeños empresarios cerrando sus talleres, agricultores sin diésel para mover su maquinaria.
Pese a eso, no te callas. No tienes la decencia de reconocer que fallaste, el coraje de reconocer que la crisis que vivimos fue gestada por tu ceguera, tu terquedad y tu dependencia del pasado. Tu gobierno no solo es ineficiente: es negacionista. Ignoraste todas las señales, minimizaste todos los riesgos, repetiste fórmulas agotadas y seguiste endeudando al país mientras las reservas internacionales caían a mínimos históricos.
Ahora decís que tu legado está en riesgo, como si hubieras construido algo sólido. Lo único que está realmente en riesgo es la poca esperanza que aún le queda al pueblo boliviano. Dejás un país quebrado, una economía frágil, un aparato estatal adicto al gasto y una sociedad cansada, empobrecida y desconfiada. El daño que causaste no se va a reparar en un año ni con promesas. Nos va a costar sangre, sudor y lágrimas salir de este desastre.
Aún así Lucho, te vamos a extrañar. Porque cuando venga el tiempo del ajuste, del esfuerzo, del sacrificio real —cuando nos toque reconstruir desde las ruinas—, muchos van a mirar atrás y van a decir: “al menos antes nos mentían bonito”. Como en la Argentina, cuando apareció ese grafiti brutal: “basta de realidad, queremos promesas”. Vos sabías prometer., sabías anestesiar. Eras como una droga que nos sacaba por un momento del sufrimiento. Un adormecedor de conciencias con micrófono en mano.
Pero no se puede vivir eternamente en la mentira. Y tarde o temprano, la realidad termina por explotar. Como ahora, en las calles, en los surtidores, en los mercados. En las casas donde el dinero ya no alcanza. Y aunque suene irónico, cuando estemos hundidos, vamos a recordar que al menos vos sabías disfrazar el infierno de paraíso. Que tenías el cinismo necesario para sonreír mientras el país se desmoronaba.
No se puede vivir eternamente en la mentira. Y tarde o temprano, la realidad termina por explotar. Como ahora, en las calles, en los surtidores, en los mercados. En las casas donde el dinero ya no alcanza. Y aunque suene irónico, cuando estemos hundidos, vamos a recordar que al menos vos sabías disfrazar el infierno de paraíso. Que tenías el cinismo necesario para sonreír mientras el país se desmoronaba.