«El león ha rugido: ¿quién no temerá? El Señor ha hablado: ¿quién no profetizará?»
Amós 3,8
Jamás he visto un jaguar en su hábitat natural, aunque con frecuencia he visto sus pieles como trofeo en las chozas de los campesinos. Temo que la criatura más magnífica de las Américas desaparezca junto con el humo que despiden nuestras selvas, reemplazadas por la soya y el ganado. Me cuentan que les gustaba refrescarse en los bebederos del ganado, jugando como gatitos con los flotadores —como pelotas, rompiéndolos— que encienden automáticamente las bombas de agua. Lamentablemente, causan pánico en el ganado, que rompe sus piernas en los mataburros. Quiero encontrar una forma de convivencia y desarrollar algún tipo de ecoturismo ganadero con jaguares. ¿Será posible, o solo estoy abriendo nuevas oportunidades para la caza clandestina?
Los jaguares no son mencionados en la Biblia porque solo existen en las Américas. En su lugar, hay leones y leopardos. Para el profeta Amós, el rugido del león representaba la Palabra de Dios y simbolizaba su propio ministerio profético, denunciando las injusticias de Judá e Israel siete siglos y medio antes de Cristo: «Por tres crímenes de Israel, y por cuatro, no revocaré mi sentencia» (Amós 2,6). Ya no hay leones en Israel, tampoco profetas; por eso cometen genocidio en Gaza.
El ecocidio es un pecado colectivo que endurece el corazón para facilitar otros pecados mortales: infanticidio, feminicidio, narcoviolencia, racismo, corrupción, cleptocracia y toda forma de abuso y violencia sexual, y mucho más.
Dice el Génesis, como ápice de la creación, que Dios creó al varón y la mujer a su imagen y semejanza (1,27), pero nuestra capacidad para destruir el resto de la creación —y a nosotros mismos— lo pone en duda. ¿No será el jaguar un mejor candidato para semejante piropo?
Hay que entender que la semejanza divina reside en nuestra singular capacidad de conversar con Dios. Por eso hay una diferencia muy sutil en la bendición original del Génesis que reciben las aves, los peces, los animales y los humanos por igual: «Sean fecundos y multiplíquense». Para las demás criaturas, el Creador pronuncia su bendición sobre ellos; a los seres humanos, el Autor de la Vida se la dice. Es decir, nos la dirige directamente. Antes del famoso pecado original, hubo la bendición original, todavía vigente.
Preocupa que “El Gobierno nacional, a través del Ministerio de Medio Ambiente y Agua, la Autoridad de Fiscalización y Control Social de Bosques y Tierra (ABT) y el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap), haya interpuesto un recurso de nulidad para dejar sin efecto la Resolución SP-TAA 001/2025-AA del Tribunal Agroambiental, que protege al jaguar y su hábitat natural” (El Deber, 07/09/2025). Obviamente, no quieren proteger las Áreas Protegidas.
Parece que ya vivimos en Bolivia —y en muchas partes del planeta— la primera trompeta apocalíptica: “Cuando el primer ángel tocó la trompeta, cayó sobre la tierra granizo y fuego mezclado con sangre: la tercera parte de la tierra fue consumida, junto con la tercera parte de los árboles y toda la hierba verde” (Ap 8,7).
Destruimos, pues, la Amazonía y las últimas reservas naturales del mundo. No hace falta este gran castigo divino. Nos castigamos a nosotros mismos. Y, con nosotros, a todas las demás criaturas con las que Dios nos invitó a convivir en armonía.
Según la Jaguar Strategy 2025-2030 de la World Wildlife Foundation (WWF), en 2018 se estimaba una población total de 12.845 jaguares en Bolivia, con un rango de 743.100 kilómetros cuadrados. Esto no toma en cuenta que “de 2019 a 2024 se quemaron más de 28,6 millones de hectáreas de tierras en Bolivia, principalmente en Santa Cruz y Beni, según datos del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA)”, lo que afecta en gran parte el hábitat del jaguar.
Aunque el Ministerio de Medio Ambiente y Agua ha publicado el Plan de Acción para la Conservación del Jaguar (Panthera onca) 2020-2025, otras instancias del gobierno de Arce Catacora preparan su exterminio.
Es otro motivo para sacar al MAS del gobierno, de una vez y para siempre, ya que no entienden que somos solo una parte de la naturaleza y que la selva no necesita justificarse con una cantidad de ganado, soya, madera u oro para cumplir una función social.
Para tener el derecho de llamarse “intercultural”, no basta migrar. Supone comprender las culturas adonde se va y la interrelación entre comunidades humanas y con toda la naturaleza. Quienes buscan nuevas posibilidades de vida viniendo desde el interior al Oriente, antes de invadir estas tierras, necesitan no solo apreciar la cultura chiquitana, sino también aprender qué significa —para el jaguar, la mariposa y las demás especies— tumbar un árbol y prender un fuego.
Nosotros, en el Oriente, debemos poner freno a la expansión de la frontera agrícola y ganadera, y además asegurar una explotación forestal que no silencie el rugido del jaguar ni la voz de Dios.
Caso contrario, ¿cómo será que Dios te bendiga?