El presidente chileno Gabriel Boric ha convocado un “retiro presidencial” en Santiago, al que asistirán Lula, Petro, Orsi y Pedro Sánchez. No se trata de un cónclave diplomático, sino de algo más íntimo: una especie de retiro espiritual progresista. Como esos encuentros juveniles donde los adolescentes intentan encontrar sentido a su vida, pero esta vez con mandatarios que buscan el alma perdida de la izquierda. Se reunirán para hablar de multilateralismo, justicia social y democracia, mientras sus países enfrentan crisis económicas, violencia, corrupción y una popularidad en caída libre. Quizás entre sesiones de meditación política descubran por qué siguen fracasando pese a repetir las mismas fórmulas gastadas. ¿Lograrán sanar sus traumas ideológicos? ¿Superarán su adicción a prometer utopías inviables? ¿Reconocerán, aunque sea en voz baja, que el modelo que defienden está agotado? Lo cierto es que este retiro no es un acto de reconstrucción, sino un gesto de nostalgia. La izquierda no está en crisis existencial. Está en bancarrota. Y aún no lo quiere aceptar. Si de verdad tuvieran algo de madurez, deberían admitir que la que debe retirarse es la izquierda.