Mientras miles de bolivianos hacen fila para conseguir combustible o dólares en un país que cada vez se parece más al retrato de la escasez, el Banco Mundial nos acaba de recordar algo aún más crudo: Bolivia es el único país de Sudamérica con ingresos medianos bajos. La expresión no es técnica, es lapidaria. Significa que, después de haber sido bendecidos con la mayor bonanza económica de nuestra historia, hoy estamos, nuevamente, a la cola.
Y no es una metáfora retórica. En 1987, seis países sudamericanos compartían ese mismo peldaño. Hoy, todos han escalado al menos un nivel. Todos, menos uno. Bolivia.
Evo Morales y Luis Arce prometieron el cielo en plena borrachera del superciclo de materias primas. Hablaron de superar a Chile, de convertir a Bolivia en la “nueva Suiza”. Pero mientras se embriagaban de poder, el país dejó pasar la oportunidad de su vida: diversificar la economía, invertir en ciencia, modernizar la producción, fortalecer las instituciones. No lo hicieron. Lo dilapidaron todo en gasto corriente, subsidios clientelares y propaganda.
Luis Arce diseñó el llamado "modelo económico social comunitario productivo", que se limitó a redistribuir temporalmente la riqueza del gas sin generar nuevas fuentes de crecimiento. Fue él quien institucionalizó la dependencia absoluta del Estado hacia una sola fuente de ingresos.. Y fue también quien ignoró todos los avisos de que los pozos se agotaban, los contratos fenecían y el mundo cambiaba.
Hoy los síntomas de esa irresponsabilidad son imposibles de ocultar, aunque el gobierno lo intente: reservas internacionales en mínimos históricos, inflación que ya supera el 15% semestral, escasez crónica de divisas, mercado negro de dólares, desabastecimiento de combustibles, caída del ingreso real, y una pobreza que se esconde tras líneas estadísticas manipuladas. Más de 4 millones de bolivianos son pobres, y muchos más lo son sin aparecer en los registros.
No se trata solo de dinero. Estar a la cola del continente implica consecuencias graves: pérdida de acceso a financiamiento internacional en condiciones favorables, caída en la calificación crediticia, menor inversión extranjera, fuga de capital humano, y sobre todo, un círculo vicioso de pobreza estructural que condena a generaciones enteras a sobrevivir en la informalidad, sin servicios de calidad ni futuro.
Peor aún, la caída no se detiene. Mientras Costa Rica sube al club de países de ingreso alto con crecimiento sostenido y reformas productivas, Bolivia sigue atrapada en una economía extractivista, sin estrategia ni liderazgo. La clase media que surgió en la bonanza hoy está retrocediendo. El espejismo se disipó. Y lo que queda es una sociedad más desigual, más frustrada y más vulnerable.
Este no es solo un fracaso económico: es un fracaso moral y político. Es la prueba de que el modelo que prometía liberación ha terminado encadenando al país a la dependencia, la escasez y el engaño. El relato populista está agotado. El país necesita autocrítica, reformas profundas y un cambio de rumbo.