“Cuando Pedro llegó a la casa, Jesús se adelantó a preguntarle: «¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra? ¿De sus hijos o de los extraños?» Y como Pedro respondió: «De los extraños», Jesús le dijo: «Eso quiere decir que los hijos están exentos».
(Mt 17,25-26).
El día después de lo que en los Estados Unidos se llama “April Fool’s Day”, el equivalente a los “Santos Inocentes”, Donald Trump anunció la imposición de aranceles a todos los países del mundo. Seguramente tuvo que esperar un día para no ser interpretado como una broma masiva. Y no lo fue. Nace de su resentimiento por lo que considera un trato comercial injusto sufrido por los Estados Unidos, de su fe ciega en la eficacia de los aranceles y de su estilo de bullying para imponer los términos de los acuerdos internacionales desde una postura de fuerza. Lo llamó eufemísticamente “Día de la Liberación”. No hay duda de su capacidad comunicacional.
Según la revista Fortune, Bolivia cobra a los EE. UU. un arancel del 20 %, y la tarifa recíproca de Trump es del 10 %. Muchos aranceles en Bolivia son del 40 % o más, sin distinción del país de origen. Por encima, está el Impuesto al Valor Agregado (IVA) del 13 %. Por esto, los bolivianos que tienen la posibilidad de viajar a Miami suelen volver con su equipaje lleno de bienes que pueden comprar por la mitad del precio legal en Bolivia.
A diferencia de los EE. UU., la política arancelaria de Bolivia no es proteccionista, porque no hay nada que proteger. Allá hay molestia porque las fábricas han sido relocalizadas donde se paga poco por la mano de obra. Gozan de productos baratos por el libre comercio con China, habiendo así financiado la gran expansión militar de esa nación comunista. Los EE. UU. no exportan muchos autos y celulares, sino la tecnología para hacerlos cada vez mejor; además, el mejor cine y, sobre todo, el sueño de que todo es posible con esfuerzo propio y un poco de creatividad.
Este último es precisamente lo que el socialismo envidia y, a la vez, destruye.
La política arancelaria de Bolivia no es novedad ni invento del MAS, pero es una auténtica locura. En 2003, cuando aquel presidente del acento gringo decretó impuestos al estilo gringo, provocó el Febrero Negro con 30 muertos y muchos heridos, preludio de los disturbios del Octubre Negro del mismo año.
Resulta irónico que el actual presidente boliviano rechace el tarifazo estadounidense y tema que se genere una recesión mundial, siendo quizás la primera vez que acierta en sus ideas financieras, ya que ha llevado a Bolivia a su peor crisis económica desde el desastre de la UDP, cuando la gente iba al mercado con carretillas de billetes recién impresos.
También es hipócrita que la página web de la Aduana Boliviana resalte los enlaces para denunciar el contrabando y la corrupción que sus altos aranceles y el IVA incentivan, mientras nuestra política económica obstaculiza el libre comercio. Al mismo tiempo, el gobierno central se considera más capaz que Jesucristo para convertir piedras en pan, como insinúa la propaganda del Ministerio de la Presidencia (“Las piedras ahora son obras”, 19/06/25, Red Bolivisión), sin mencionar la creciente deuda interna y externa. Un bebé recién nacido debe $3.816, según la Inteligencia Artificial, lo que por el mercado negro equivale a Bs 57.240 (Bs 15 por $1), aunque no tenga ni dólares ni bolivianos.
La forma de corrupción más común en Bolivia es vender y comprar sin factura, porque resulta ventajosa para todos. Debe ser por esto que el control de la aduana no se ubica en las fronteras. Quisiera saber qué porcentaje del comercio en Bolivia es “informal”. Por todos lados vemos los autos chutos, que son fáciles de reconocer como contrabando. ¿Cuántos otros productos más pequeños y menos rastreables habrá? Supongo que es similar al mercado laboral, donde solo el 15 % son asalariados con todos los beneficios y los demás se defienden como sea.
El efecto del alto arancel, combinado con el IVA y nuestros tortuosos trámites, es criminalizar a la población entera, socavando el Estado de derecho.
¿Para qué pagar impuestos a un gobierno inepto, con una inmensa burocracia corrupta e ineficiente, que mantiene empresas deficitarias mientras impide y dificulta la vida de quienes luchan por el pan de cada día con el sudor de su frente? Es un sentimiento, no un argumento.
Quizás si el arancel fuese solo del 10 % y el IVA del 5 %, no valdría la pena burlarse de los pagos. Y si el 90 % de la población pagara los impuestos en vez del 10 %, el Estado tendría más ingresos que ahora, cuando el 90 % los evade.
La cita bíblica al inicio de esta reflexión se refiere a los impuestos que cobraban para mantener el templo en Jerusalén, que para Jesús era un culto caduco: “porque es imposible que la sangre de toros y chivos quite los pecados” (Hb 10,4); aun así, Jesús lloró al presentir su destrucción (Lc 19,41). Implica que Jesús y sus discípulos, como “hijos”, no deberían tener que pagar este impuesto, pero para no tener problemas dio esta instrucción: «Ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala y paga por mí y por ti» (Mt 17,27). ¡Deberíamos haber conservado ese anzuelo!
Cuando preguntaron a Jesús si era lícito pagar al César romano aquel impuesto que provocaba resentimiento a toda la población judía, su respuesta, después de hacerles examinar la moneda, fue: «Den al César lo que es del César» (Mt 22,21). Equivale a decir: “¡Paguen el maldito impuesto!”. Así debemos hacer con los aranceles y el IVA si queremos un Estado de derecho. Después, debemos luchar democráticamente para cambiar las reglas, para que sean cada vez más justas y a favor del bien común.
A esto Jesús añadió lo que muchos distorsionan, pero que es mucho más importante: «¡Y den a Dios lo que es de Dios!».
No se trata del rol de la Iglesia, que ni siquiera existía todavía, sino: ¿qué es de Dios?, ¿qué le debemos a Dios? Le debemos, pues, nuestro amor con todo el corazón, toda el alma y todas nuestras fuerzas y, con ello, nuestra humilde obediencia.
Es lo mismo que rezamos con el Padrenuestro: «Hágase tu voluntad en la tierra», aquí, donde tanta falta hace. Hay que saber cuál es esa voluntad y hacerla. Es algo que vale para todos, y sobre todo para el César, por el poder y la responsabilidad que tiene. Este debe darse cuenta de que no tiene el derecho a presentarse delante de la gente como si fuera Dios. Debemos, como Jesús insinuó ante Poncio Pilato, reconocer que solo Jesús es «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6), pues Jesús le dijo: «He venido al mundo para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18,37), algo que Pilato no quiso hacer. También dijo: «He venido para servir» (Mt 20,28).
La Iglesia también da testimonio de la verdad; es parte integral de nuestra misión. Y una verdad es que la política arancelaria de Trump es una maldad por ser una forma de bullying internacional, un pecado grave por abusar del gran poderío de los EE. UU. en vez de ofrecer liderazgo, solidaridad y ejemplo de servicio. Y la política arancelaria de Bolivia es una maldad porque fomenta la corrupción y la criminalidad, un pecado grave que perjudica sobre todo a los pobres de esta querida y sufrida nación.
Quisiera que los candidatos y sus partidos expresen su parecer sobre estos temas antes de las próximas elecciones nacionales.
Dios Todopoderoso y todo cariñoso te bendiga.