Editorial

¿Queremos un cambio o queremos cambiar?

Los bolivianos repetimos hasta el cansancio que queremos un cambio. Lo gritamos en las todos lados, en las redes sociales y en las conversaciones cotidianas...

Editorial | | 2025-07-10 01:01:55

Los bolivianos repetimos hasta el cansancio que queremos un cambio. Lo gritamos en las todos lados, en las redes sociales y en las conversaciones cotidianas. Decimos que queremos un país distinto, sin Evo Morales, sin el MAS, sin corrupción, sin impunidad, sin burla al ciudadano. Pero en el fondo, ¿de verdad queremos cambiar? ¿O solo queremos que se vayan ellos para que vengan otros a ofrecernos más de lo mismo, pero con mejores modales?

El MAS no inventó la corrupción. La perfeccionó, la estructuró, la oficializó. Pero el país del “vengase mañana”, de la coima por debajo de la mesa, del “tengo un amigo en el gobierno”, del favoritismo político, del puesto conseguido por militancia y no por mérito, ya existía. Bolivia ha sido, desde hace décadas, un país acostumbrado a normalizar la trampa, la viveza criolla, la impunidad cordial.

Queremos que se acabe el abuso, pero no renunciamos al favorcito. Queremos instituciones firmes, pero no dejamos de llamar al contacto para saltarnos la fila, anular una multa o conseguir una beca que no merecemos. Queremos justicia, pero comprada cuando nos conviene. Queremos democracia, pero nos molesta cumplir las normas cuando no nos benefician. Soñamos con una Bolivia distinta, pero estamos cómodos con los beneficios del viejo país: prebendas, conexiones, acomodos y licencias informales para transgredir sin consecuencias.

El rechazo al MAS no siempre viene desde la ética, sino desde el cansancio. Nos hartó el odio, el discurso de confrontación, la mediocridad arrogante, el culto a la personalidad. Pero muchos de los que lo condenan hoy, aplaudieron mientras les convenía, mientras el modelo de “roba pero hace” funcionaba a su favor. No hubo una rebelión moral generalizada, sino un quiebre pragmático cuando la máquina dejó de repartir.

Entonces, el dilema no es solo sacar al MAS. Es preguntarnos si realmente queremos desmontar la cultura política que lo hizo posible: esa estructura clientelar, corrupta, vertical y prebendal que ha sobrevivido a todos los gobiernos. Si no hacemos ese ejercicio profundo de transformación, el próximo Evo ya está entre nosotros. Tal vez más joven, más simpático, más culto, pero igual de autoritario, igual de populista, igual de hábil para manipular nuestras carencias.

Bolivia corre el riesgo de reemplazar un caudillo por otro, una red corrupta por otra, una narrativa falsa por otra más sofisticada. Porque el sistema está diseñado para reproducirse si el ciudadano no cambia. Si no exigimos instituciones independientes, si no votamos por propuestas concretas y viables, si seguimos premiando la viveza en vez de la capacidad, si no cortamos con la cultura del favor, no habrá cambio real. Solo una nueva administración del viejo orden.

La amenaza de convertirnos en otra Venezuela o Cuba no está únicamente en las manos de los líderes. Está también en nuestra complacencia. Mientras sigamos creyendo que la ley es un estorbo para los vivos, mientras esperemos que “alguien arregle esto” sin estar dispuestos a poner el hombro ni pagar el costo de la transformación, Bolivia seguirá al borde del abismo. Y tarde o temprano, caerá.

¿Queremos cambio? Sí. Pero cambiar implica sacrificios, renuncias, incomodidad, compromiso. Implica asumir que la corrupción no es solo del otro, que el Estado no nos debe favores, que el mérito debe imponerse al compadrazgo. Implica construir ciudadanía, no clientelas.