Por más solemne que haya sido su discurso, Luis Arce no desentonó en la cumbre de los BRICS en Río de Janeiro. Al contrario, pareció estar en su elemento: un escenario donde se denuncia al “capitalismo salvaje”, se exige justicia climática, se habla de autodeterminación y se reclama un nuevo orden financiero mundial… todo, sin asumir responsabilidad alguna por los desastres propios.
Arce es el reflejo perfecto de lo que los BRICS son: un club de líderes autoritarios, hipócritas y profundamente contradictorios que se presentan como alternativa, mientras replican —o agravan— las peores prácticas del orden que critican.
Arce habló de cuidar el medio ambiente con una soltura que solo puede tener quien confía en que la memoria colectiva es corta. Bolivia, bajo el régimen del MAS, ha vivido uno de los períodos de mayor depredación ambiental de su historia. Leyes que permitieron quemas que se salieron de control y la legalización de actividades criminales en parques nacionales. Ríos contaminados con mercurio por la minería informal, áreas protegidas convertidas en sembradíos de coca y comunidades indígenas criminalizadas por defender su territorio.
¿Y a quién le habló de este supuesto amor por la Madre Tierra? A China, el mayor emisor de gases del planeta; a India, que ha priorizado su crecimiento económico sobre cualquier compromiso climático; y a Rusia, cuya maquinaria industrial y militar ha dejado huellas ecológicas imborrables. El bloque BRICS es uno de los mayores obstáculos para una acción climática global vinculante. Que Arce los convoque a liderar una cruzada ambiental sólo puede leerse como un acto de cinismo geopolítico o un delirio ideológico.
Pero si el discurso ambiental fue hipócrita, el económico raya en la irresponsabilidad. Arce pidió crear mecanismos de financiamiento que no tomen en cuenta las calificaciones de riesgo de los organismos internacionales. ¿Qué significa eso? Más deuda, sin transparencia, sin evaluación, sin control. Justo como la que Bolivia ha acumulado con China: préstamos millonarios sin licitación, sin rendición de cuentas, y que hoy nos tienen asfixiados por una deuda externa histórica. ¿Y para qué? Para proyectos fallidos, elefantes blancos y corrupción rampante.
El presidente boliviano quiere desconectarse del “centro capitalista mundial” y construir un nuevo sistema financiero. Pero ese “nuevo orden” lo imagina con Rusia, que invade países vecinos; con China, que combina capitalismo y dictadura con un sistema de represión orwelliana; con Irán, que persigue mujeres por no llevar velo. Ese es el club en el que Arce se siente cómodo. A todos los une una narrativa común: el antioccidentalismo vacío, la victimización permanente y una visión de soberanía que justifica cualquier atropello a la libertad, la democracia y los derechos humanos.
Hablar de industrialización con soberanía suena bien, pero ¿cuál es el modelo? En Bolivia, el Gobierno ha cerrado alianzas opacas con empresas chinas para explotar litio sin procesos transparentes ni beneficios tangibles para las comunidades. El discurso de Arce habla de desarrollo autóctono, pero su práctica es extractivista, autoritaria y clientelar.
Luis Arce no desentona en los BRICS porque es uno de los suyos. Un político que reclama justicia mientras niega responsabilidades, que denuncia al imperialismo mientras se somete al capital chino, que invoca a los pueblos indígenas mientras destruye sus territorios.