El diputado Miguel Roca y un grupo de pastores evangélicos realizaron una jornada de oración en el hemiciclo de la Asamblea Legislativa, con el objetivo de “expulsar demonios” del Parlamento. Se habló de corrupción, maltrato, violencia y egoísmo como fuerzas que deben ser enfrentadas desde la fe. La escena fue poderosa en lo simbólico y refleja una búsqueda legítima de paz y orientación espiritual en medio del conflicto político. Sin embargo, desde una perspectiva política el problema no es de fe, sino de acción y poder. Nicolás Maquiavelo no rechazaba la religión, pero advertía que el gobernante no puede depender de la providencia ni de símbolos para gobernar. Debe actuar con astucia, previsión y, cuando sea necesario, con dureza. Un príncipe que no sepa defender su poder será superado por otros que sí lo hagan, sin importar sus intenciones. Bolivia atraviesa una etapa donde las instituciones requieren más que buenas intenciones: requieren decisiones, autoridad y estrategia. O, como diría el pensador florentino, no basta parecer virtuoso, hay que saber usar el poder para evitar que otros —menos virtuosos— lo usen primero.