Al cabo de 20 años, y de manera bastante cruel porque se lo vive en carne propia, se puede observar cómo el régimen masista no solo ha destrozado a Bolivia, sino que también la ha condenado en el tiempo. Tomará muchas generaciones reparar el daño producido por el mayor y más nefasto proceso de desinstitucionalización que ha conocido nuestra historia.
Veamos, en ese orden, los daños producidos y el tiempo que demandará repararlos. A ese tiempo hace alusión la condena.
Uno de los peores daños es la dictadura sindical, instituida en muchos espacios de poder. Como resultado del estilo de gobierno corporativista, los sindicatos se apoderaron del Estado. Están por encima de todo. Vean el nivel de influencia: para acceder a cualquier cargo se debe contar con el “aval político” de estos sindicatos. Incluso, para ascender al grado de general en las Fuerzas Armadas o la Policía, se debe contar con el respectivo aval. En algunos casos, hasta para producir, se necesita esa “autorización”. Vean el extremo al que nos han conducido: los que producen deben pedir permiso a los que no producen nada. ¿Cuánto tiempo —mejor dicho, cuántas generaciones— tomará erradicar esa perniciosa dictadura sindical fascista y corporativa?
Luego, otro terrible daño fue relegar el trabajo y la producción como los únicos caminos legítimos para lograr riqueza y prosperidad. Hoy, los nuevos ricos no son quienes trabajan y producen, sino quienes especulan, trafican influencias o cobran sobornos. La voraz élite cleptocrática azul ha institucionalizado el soborno en todos los niveles del Estado. Los nuevos ricos azules, sin esfuerzo, se han enriquecido de manera descarada y descomunal. Robaron en bonanza y, lo que es peor, hoy roban en crisis. Muchos productores y emprendedores tardarían generaciones en reunir la fortuna que, en tiempo récord, acumulan los políticos. ¿Cuánto tiempo nos tomará, como sociedad, reposicionar el trabajo y la producción como las principales fuentes de excedente, riqueza y prosperidad?
En la justicia, el daño ha sido brutal. Es macabro el escenario donde fiscales, jueces y autoridades, actuando de manera conjunta, dirigen fallos, sentencias y decisiones judiciales. No es una justicia al servicio del ciudadano. Las élites políticas la han sometido a su antojo. El masismo ha engendrado verdaderos monstruos en el Ministerio Público y el Órgano Judicial. Es una justicia al servicio de los corruptos. ¿Cuántos años tendrán que pasar para transformar este estado atroz, monstruoso y truculento? Cambiar este sombrío escenario demandará mucho tiempo, quizá generaciones.
Otro terrible daño ha sido imponer la corrupción como algo absolutamente natural. Hoy, ser honrado es una gran desventaja y sacrificio. Con la mayor naturalidad, se acaba aceptando —incluso con admiración— a los gobernantes corruptos. Muchos, incluso, quieren seguir ese camino. ¿Cuántas generaciones demandará cambiar este sistema trastocado de valores entre corrupción y honradez?
Los daños continúan. Lo que han hecho con la economía no tiene precio. Hemos tocado fondo. Es inexorable el camino hacia la quiebra. Los dólares no alcanzan para comprar combustibles ni cubrir las cuotas de la deuda externa. Está cerca el momento fatal.
No se entiende cómo, después de heredar grandes campos de reservas de gas —descubiertos y certificados— además de gasoductos construidos para exportar importantes volúmenes a buenos precios, hoy nos dejan en la completa miseria. Esta catástrofe es el resultado del despilfarro y la borrachera en la administración de la mayor bonanza económica que conoce nuestra historia. Administraron ese gran excedente de la manera más incompetente y corrupta. La orgía del excedente fue colosal.
Al dilapidar el excedente, se desaprovechó la oportunidad histórica de diversificar la matriz productiva. Más bien, destruyeron la industria nacional, fomentando sin límites el consumo de productos chinos. ¿Cuántas fábricas e industrias nacionales cerraron o se fueron?
Tras el despilfarro, hay otro abominable daño: la megacorrupción. Arruinando al país, se llenaron los bolsillos instituyendo un eficaz mecanismo de acumulación: el cobro de comisiones. Todas las licitaciones públicas para adjudicación de megaobras, proyectos, compras mayores o menores, están sujetas a esta comisión. Es vox populi que en el régimen masista esta comisión habría subido del 10 al 20 %, con pagos incluso adelantados.
Si no peleaban entre ellos, quizá jamás nos hubiéramos enterado —con pruebas— de este enorme latrocinio. Las viscerales disputas dentro del partido azul y las acusaciones mutuas develaron cómo se administraron los fondos públicos.
Nos hemos constituido en uno de los países más corruptos del mundo. En Latinoamérica, ocupamos el primer lugar, por encima de Nicaragua y Venezuela. Vean el “galardón” que recibimos en el Bicentenario. ¿Cuánto tiempo demandará cambiar esto? ¿Cuántas generaciones?
En 20 años, la prosperidad con la que se encontraron la convirtieron en miseria. Nuestra moneda ha colapsado y se devalúa cada día, no solo frente al dólar, sino también frente a las monedas de los países vecinos. Sin dólares, diésel y gasolina, la economía se paraliza.
La inflación, por su parte, ha corroído el poder adquisitivo de la gente. Con 100 bolivianos ya no se compra ni el 50 % de lo que antes se compraba. Encima, dejan una colosal deuda interna y externa que ya ha superado el 110 % del Producto Interno Bruto (PIB), y que deberá pagar el pueblo.
En verdad, el régimen masista ha condenado a muchas generaciones. Tomará mucho tiempo reconstruir todo.
*El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.