En los últimos tiempos, dos cosas han sido funestas y han provocado terribles e irreparables daños al país: la reelección y los bloqueos. Ambos problemas, por la magnitud de los daños ocasionados, necesitan ser eliminados, ya sea a través de una reforma parcial de la Constitución o mediante leyes ex profeso que los prohíban definitivamente.
Si no se toman decisiones oportunas en ambos casos, seguiremos, como en un círculo vicioso, conviviendo constantemente con esos abominables males. Si estuvieran ex profesamente prohibidas la reelección y los bloqueos, el país sería distinto, quizá en paz y con mucha prosperidad. Los bloqueos no solo son enemigos de la riqueza y el progreso; son aún más dañinos para las clases humildes y los más pobres. En ellos, el efecto es significativamente mayor.
Sobre la reelección y los daños que ha provocado al país —desde el 21F, las elecciones de 2019 y hasta el presente— ya nos hemos referido ampliamente en anteriores columnas. Son casi diez años de paralización política, conviviendo espantosamente con el conflicto de la reelección.
Nos dedicaremos ahora a los bloqueos. Pero no a aquellos que legítimamente tienen algún sentido y racionalidad. Me referiré a los bloqueos criminales, cuando, por caprichos e intereses personales y de grupo, acaban de manera brutal afectando a una gran mayoría. Este es el caso de los últimos, organizados y alentados por el expresidente Morales, conocido ahora —por la masacre de cuatro policías protagonizada por sus seguidores “contratados”— como el “Carnicero de Llallagua”. Aquel fatídico 11 de junio quedará en las peores páginas negras de su historia.
El bloqueo, como instrumento político, siempre ha sido utilizado por Morales. Desde la década de los noventa, cuando todavía era solo dirigente cocalero, protagonizó maratónicos bloqueos que afectaron la conexión entre oriente y occidente, con importantes réditos políticos. El bloqueo, en ese entonces, lo lanzó a la palestra política. El bloqueo fue —y es— su principal herramienta de confrontación. Afianzó tanto su conocimiento en ese sentido que hoy podría dar cursos, seminarios y hasta “diplomados” sobre el tema.
Ciertamente, en los 14 años que gobernó hubo una relativa pausa y reducción de estos. Claro, en función de poder, criminalizó y reprimió muchas movilizaciones. Ejemplo de esto fue la brutal represión policial contra la pacífica marcha indígena que rechazaba la construcción de una carretera por el corazón del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS).
Sin embargo, cuando fue alejado del poder, en la pugna interna por el control del Movimiento al Socialismo (MAS), volvió —con objetivos políticos— al expediente del bloqueo. Desde 2023 hasta el más reciente, ha protagonizado cuatro espantosos bloqueos con un único fin: habilitarse como candidato a cualquier costo.
Hasta aquí, nada nuevo en la utilización del bloqueo como estrategia política para la consecución de sus particulares demandas. Empero, en las dos últimas ocasiones, los objetivos fueron más allá: pretendían, fundamentalmente, provocar convulsión social, caos, violencia, muertos y la renuncia del presidente. Para luego, en un nuevo escenario, habilitarse como candidato.
Para entender mejor este proceso, es importante analizar los bloqueos en tanto estrategia política. Para este fin, qué mejor que utilizar como fuente las explicaciones del estratega evista Juan Ramón de la Quintana, conocido también como el “Carnicero del Porvenir”.
Su explicación está disponible en YouTube y en la plataforma TikTok. En ella describe lo que él entiende como el “rito del bloqueo”, cuyos resultados “no son de la noche a la mañana”. De manera gradual, los bloqueos deben multiplicarse, creando caos y, fundamentalmente, violencia. Luego, “desafortunadamente”, la violencia debe provocar sangre, es decir, muertos y más muertos. Después, la movilización se hace imparable, terminando siempre en la renuncia del presidente. En sus palabras, “la defunción del poder”, es decir, el relevo del poder.
El éxito del bloqueo, bajo la lógica del “rito” que señala Quintana, si se observa bien, radica en la sangre y en la cantidad de muertos. Sin estos, no se produciría el relevo del poder. La mejor ilustración del “rito del bloqueo” podría plantearse en la siguiente ecuación:
bloqueos + sangre = relevo del poder.
Entonces, sin sangre y sin muertos, no se produce la “defunción” del poder. La ecuación no funciona.
La ecuación funcionó, como receta, en octubre de 2003. En esa ocasión, los bloqueos provocaron primero dos muertos, luego diez, después veinte y acabó con cerca de 60 y 400 heridos. El resultado fue, inevitablemente, la renuncia de Sánchez de Lozada.
Estos dos últimos bloqueos tenían ese objetivo: muertos y renuncia de Arce Catacora. En el de octubre de 2024, fracasaron. Pues, pese a todos los intentos y provocaciones, no hubo sangre.
Si bien, en el actual bloqueo ya se cuentan cinco bajas —cuatro policías y un civil— la sangre derramada no es de su gente. Por ello, hambrientos, están sedientos de sangre y bajas en sus propias filas, para utilizarlas como “bandera”. Dicho sea de paso, las muertes de Sacaba y Senkata fueron provocadas por ellos mismos. Algún día tendrá que aclararse.
Vean cómo usa Evo Morales los bloqueos. Por ello, es de fundamental importancia que la clase política tome verdadera conciencia de esto y proponga, en consenso, una ley que prohíba definitivamente los bloqueos. No se puede seguir permitiendo, además con cínica impunidad, la utilización del bloqueo con fines políticos.
Extraña mucho que ningún candidato, entre sus propuestas, contemple una ley de tan trascendental importancia.
*El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.