Un reciente reportaje publicado por el diario norteamericano The New York Times sobre la negativa del gobierno boliviano a autorizar la operación de Starlink no solo retrata con precisión nuestro atraso digital; lo desnuda sin anestesia. El artículo evidencia cómo seguimos atrapados en discursos de soberanía vacíos mientras una parte creciente de la población vive desconectada del mundo.
Bolivia tiene hoy el internet más lento de Sudamérica y enormes extensiones del territorio no cuentan con conectividad básica. Apenas un poco más de la mitad de los hogares bolivianos tiene acceso a banda ancha, un dato dramático frente al 87% de Brasil o al 94% de Chile. Más del 90% de los bolivianos dependen de sus teléfonos celulares para conectarse, siempre que tengan suerte. En el campo, miles de ciudadanos deben trepar árboles o caminar kilómetros para encontrar señal.
Este es el verdadero rostro del "Estado Plurinacional en la era espacial", ese relato que intentó convencernos de que con el lanzamiento del satélite Tupac Katari en 2013 habíamos dado el salto tecnológico que nos sacaría del atraso. Más de una década después, ese satélite envejece en la órbita, sin haber resuelto el aislamiento digital de millones de bolivianos. Su señal es deficiente y su vida útil terminará en 2028. Mientras tanto, el gobierno sigue apostando por soluciones ineficaces, priorizando acuerdos políticos sobre el acceso efectivo a la conectividad.
El reportaje retrata con ejemplos concretos las consecuencias de esta situación. Un maestro de Quetena Chico debe viajar seis horas para subir material educativo. Una científica en la Amazonía organiza talleres con walkie-talkies porque no hay forma de conectarse. Hoteles en la frontera importan routers de Starlink de contrabando para ofrecer un servicio que las redes nacionales no pueden garantizar.
El rechazo a Starlink no se puede justificar sólo en términos de soberanía o "competencia justa". Lo que hay es un proteccionismo disfrazado que preserva intereses económicos y políticos, en detrimento del derecho de los ciudadanos a la conectividad. Las palabras del director de la Agencia Boliviana Espacial son reveladoras: se trata de "proteger el pastel" del mercado actual. El problema es que ese pastel es pequeño, rancio y no alcanza para alimentar a nadie.
El atraso digital no es un asunto menor. En 2025, estar desconectado equivale a estar marginado del acceso a educación, salud, empleo e información. La brecha digital en Bolivia reproduce y amplifica las desigualdades económicas y territoriales. Según la CEPAL, nuestro país figura entre los de menor desarrollo en infraestructura TIC de la región, con una inversión estatal en telecomunicaciones que ha caído en los últimos años. El mito del satélite propio ha servido para alimentar una narrativa de "autosuficiencia tecnológica" que no resiste la prueba de la realidad.
Seguir rechazando soluciones modernas por prejuicios ideológicos o por proteger monopolios locales es condenar a Bolivia al rezago. La conectividad es un derecho, no un botín ni un instrumento de propaganda.
El atraso digital no es un asunto menor. En 2025, estar desconectado equivale a estar marginado del acceso a educación, salud, empleo e información. La brecha digital en Bolivia reproduce y amplifica las desigualdades económicas y territoriales.