Luis Arce va a morir en su ley. En su mundo. En su fantasía. Está convencido de que ha creado un modelo económico exitoso, casi milagroso, capaz de desafiar toda lógica y evidencia. Cree que ayuda a los bolivianos mientras estos hacen filas por gasolina, buscan dólares en el mercado negro y se enfrentan a una inflación galopante. El cinismo alcanza niveles surrealistas: se afirma que la escasez es parte del plan, que fortalece la resiliencia. Que no hay crisis, sino “crecimiento en la adversidad”. El reciente informe del FMI plantea señales de alerta máxima, pero el gobierno responde con negación sistemática y autoelogios vacíos. Todo lo malo es culpa del Legislativo, de “El Niño” o de la prensa alarmista. Nada es responsabilidad del modelo que ha dejado de producir, de exportar, de atraer inversiones. Luis Arce morirá aferrado a ese relato. En su ley. Pero olvida que en su fantasía, no se da cuenta que se hunde, hunde al MAS y al futuro de su proyecto político. Cuando haya naufragado, se dará cuenta que no tendrá otra alternativa que enfrentar la ley, la verdadera ley, la que lo sacará del sueño y lo meterá en una pesadilla.