Desde inicios del siglo XXI, muchos investigadores de las ciencias económicas y sociales han procedido a advertirnos sobre la desaparición de lo que se conoce como la clase media en múltiples naciones donde aplica esta tipificación. Un fenómeno que está resultando muy esquivo y complejo de analizar puesto que, según indica Gabriel González Florentino, (“El Economista Youtuber”), en algunos de sus videos, amplios segmentos de la ciudadanía se identifican con esta acepción, aunque por carencias o por abundancias no se ajusten a los parámetros que engloban dicho concepto.
En líneas generales esta clasificación se refiere a un estamento de la población que en lo financiero, sin ser acaudalados o caer en excesos, alcanzan a satisfacer todas sus necesidades básicas (salud, educación, transporte, servicios públicos, alimentación, vestido y vivienda, entre otros). Asimismo, cuentan con cierta capacidad de ahorro que les permite sufragar contingencias imprevistas (enfermedades, accidentes, pérdidas materiales en siniestros). Consiguen ser empleados o emprendedores con negocios particulares o pequeñas empresas e inclusive gozar de espacios de ocio, recreación y tiempo libre.
También es posible señalar que tienen acceso a todos los grados de formación académica y regularmente se matriculan en carreras universitarias, diplomados, postgrados o doctorados, recibiendo la mayoría una profesión o título. Al menos en teoría, disponen de la oportunidad de elevarse al próximo estrato logrando incorporarse a la clase alta.
Este modelo se pudo observar de manera inequívoca durante los Años 50 de la centuria pasada. El mejor referente era la sociedad norteamericana con un padre trabajador cuyo sueldo podía con la carga familiar, la madre (ama de casa), los hijos, además de una mascota. Dicha representación comienza a dar signos de agotamiento en los 80 y el deterioro continúa acentuándose, estimándose la extinción de tal grupo en los siguientes tres lustros.
Los primeros síntomas de la situación aparecen cuando el salario de una persona se torna insuficiente para mantener a su parentela y se requiere que otros miembros del hogar contribuyan a sostener este nivel de vida. La profesionalización o especialización ya no es una garantía para procurar el “ascenso” hacia el conjunto de los más pudientes y solo se convierte en una ventaja que, si acaso, ayuda a los individuos y familias a conservar sus posiciones en la escala donde ya se encuentran.
En efecto, y a pesar de que las habilidades y destrezas de las generaciones contemporáneas, con frecuencia, se han hecho más competitivas en relación a las de sus predecesores, la opción de poseer los mismos bienes o acceder a recursos similares a los de sus progenitores se está concibiendo como algo más difícil. Obtener una residencia propia o un vehículo se vuelve una aspiración en el mediano y largo plazo. Dentro de este sector ha mermado el poder adquisitivo sólo teniéndose como alternativa, en gran parte de sus integrantes, el vivir con lo indispensable y con pocas proyecciones a futuro.
Por otro lado, están aquellos que insisten en ubicarse en esta categorización, aunque sus circunstancias evidentemente los obliguen a tener un estatus superior. Su reticencia a ser colocados en una jerarquía más alta viene dada, habitualmente, ante el temor de pagar más impuestos, a aumentar sus compromisos fiscales con el Estado o por el peligro de experimentar maniobras del crimen organizado (extorsión, secuestro, pago de cuotas, entre otros).
Como tendencia este proceso se puede detener o revertir, no siendo una tarea fácil de ningún modo, pues demanda grandes esfuerzos colectivos acompañados de consideraciones éticas (contemplando además las redefiniciones de los roles masculinos y femeninos, en los ámbitos doméstico y laboral, vigentes en el presente). En principio, que los ciudadanos asuman cuál es su realidad y así exigir a sus gobernantes condiciones propicias con el fin de desarrollarse adecuadamente. De igual forma, revisar constantemente las políticas estatales y privadas que, se supone, se adelantan en favor de la gente, así como buscar que en estas haya equidad, eficiencia y justicia en la distribución de la riqueza.
Conviene a los electores dejar de sucumbir a seducciones de líderes carismáticos o mesiánicos, todopoderosos, con soluciones mágicas a los problemas nacionales e internacionales o ideologías que ofrecen el paraíso para terminar proporcionando infiernos a sus seguidores. Las doctrinas comerciales que se están impulsando a la fecha están polarizando a los países y enfatizando diferenciaciones al interior de los pueblos, profundizando la brecha entre ricos y pobres. Da la impresión que los artífices de estas iniciativas son muy poco empáticos con sus conciudadanos.