Qué emocionante es vivir en Bolivia, especialmente en época preelectoral. Es como presenciar un casting de “quién quiere ser presidente sin tener idea de cómo hacerlo”, protagonizado por personajes reciclados, egos mal disimulados y alianzas con menos coherencia que un discurso de borracho en velorio.
La gente, ingenuamente ilusionada, esperaba ver fórmulas potentes, alianzas firmes y líderes preparados. Pero no. Lo que recibimos fue una colección de binomios hechos al apuro y con ganas de recaudar algo de platita, con criterio de casting de telenovela: uno con cara de bueno, otro que no hable mucho y alguno que al menos sepa usar Excel.
Y así, entre encuestas filtradas de dos de las alianzas que buscan mantenerse informadas respecto a sus imágenes personales y el apoyo que podrían tener, nos convocaron a estar pendientes de las presentaciones teatrales. Esta información, proporcionada por los buenos samaritanos que tienen, nos dio la posibilidad de enterarnos de que la alianza “LIBRE” encabezaba la intención de voto con un glorioso... ¡menos del 20%! Sí, el “mejor posicionado” de la oposición no llega ni al 1/5 del respaldo nacional. Pero no se preocupen, que si juntamos a todos los opositores (y los obligamos a sonreírse entre sí), suman un 55%... claro, siempre y cuando no se maten antes.
Pero empecemos con Samuel y Camacho, que nos deleitaron con una historia de amor, celos y traición. Esta tragicomedia de dos titanes del egoísmo político hizo que Samuel, fiel a su estilo empresarial de “divide y perderás”, se fuera de boca revelando detalles privados de su visita a Chonchocoro. Resultado: ruptura emocional, alianza fracturada y un país que sigue esperando algo más útil que chismes carcelarios.
Para calmar la tormenta, sacaron del sombrero al buen José Luis Lupo, un profesional admirable que probablemente no sabe en qué lío se metió. Su currículum brilla, pero lo emparejaron con un candidato que genera más rechazo que entusiasmo. Lupo, sin querer, se convirtió en el bombero oficial de una fogata que arde con combustible de vanidad.
Lo que verdaderamente llama la atención —y hasta huele a pacto sin dignidad— es que Samuel, con toda su experiencia empresarial, haya decidido dejarle la absoluta potestad de selección de nombres a Camacho en Santa Cruz. Sí, así como se lee: Camacho pone los nombres y Samuel... asiente con la cabeza. ¡Qué alianza tan horizontal y democrática!
Pero claro, hum..., dirán muchos. Porque si hay algo que conocemos bien en este país es la “personalidad” de Camacho: explosiva, dominante y con una habilidad asombrosa para rodearse de leales que, llegado el momento, se pueden vender con más facilidad que una chipa en la plaza principal.
Y no lo decimos por mala leche, sino por experiencia documentada: los actuales asambleístas de CREEMOS son la prueba viviente de que el mandato popular se negocia como si fuera un bien raíz. Basta con que alguien llegue con el cheque correcto y ¡voilà!: convicción cambiada, discurso reformulado y lealtad redireccionada.
Por eso, la pregunta no es si Camacho elegirá buenos candidatos para Santa Cruz… sino cuántos se van a revender una vez estén sentados en sus curules.
Y en ese juego, Samuel, si llega a presidente, no gobernará: será rehén de una bancada cruceña que sabrá recordarle, cada mañana, quién le hizo el favor de subir al trono. Porque aquí, el poder no se conquista: se arrienda por cuotas y con cláusulas de chantaje incluidas.
Así que, más que alianza política, esto parece un contrato de dependencia futura, con letra pequeña.
Pero sigamos con el líder emergente, que ya se colocó entre los tres primeros de preferencia de la población, a poca distancia de los demás. Nos referimos a Jaime Dunn y su vice: “el sueño americano” con diccionario en mano. Edgar Uriona, un boliviano que hizo fortuna en EE.UU., volvió con ganas de ayudar, pero que todavía confunde déficit con desinfectante. ¿Importa? En este país, no mucho. Lo que vale es la narrativa del migrante exitoso, aunque a veces parezca que aprendió economía por YouTube.
Lo cierto es que este binomio, por muy novato que parezca, ofrece algo que el resto apenas finge: ganas de cambiar el modelo. Y eso, en el manicomio electoral actual, ya es revolucionario.
La dupla de los opuestos: un migrante con calle y un consultor con currículum… ¿por fin algo con sentido? En un país donde lo normal es que los candidatos se parezcan entre sí como fotos mal hechas, de pronto aparece esta dupla que al menos no suena a refrito de logia ni a año de caudillo.
Por un lado, tenemos a un boliviano quechua —sí, de esos que no han tenido el privilegio de controlar el poder político durante más de 20 años como los aimaras, esos mismos que convirtieron el Estado Plurinacional en una herencia familiar con cuotas por apellido. Este migrante, lejos de mandar tuits desde su mansión en Miami o grabar reels de “patria sí, colonia no” desde una piscina en Dubái, decidió volver. No para dar discursos, sino para intentar algo tan raro como cambiar el país desde adentro y con trabajo.
A su lado, un profesional financiero, técnico y, oh sorpresa, con empatía entre la juventud. No esa falsa empatía de los que se sacan selfies con campesinos por campaña, sino la que nace del conocimiento real y del esfuerzo por construir una alternativa que suene a algo más que "prometer lo mismo, pero con Wi-Fi".
Lo interesante (y por eso sospechoso para muchos dinosaurios políticos) es que esta fórmula parece querer unir lo que siempre han separado: la economía informal, donde sobrevive la mayoría del país, y la economía formal, donde reinan los que tienen carnet empresarial y padrinos fiscales. Unir ambas en un modelo liberal suena, por primera vez en mucho tiempo, a propuesta y no a improvisación.
Y claro, esto molesta. Sobre todo a los multimillonarios digitales de café caro y Wi-Fi activista, que creen que se puede cambiar Bolivia con frases de Paulo Coelho adaptadas al TikTok, desde la comodidad de un avión privado.
Esta dupla, aunque imperfecta, es la prueba de que en Bolivia también se puede mezclar calle y aula, éxito y humildad, visión y origen, sin que eso implique servirse del país como buffet de oportunidades personales.
Y por último, tuvimos el absurdo show futurista de Tuto y su “Diesel” digital. Un show que seguramente les llevó mucho tiempo planificar, mientras seguían utilizando a quienes le abrieron el camino de posicionamiento en el departamento de Santa Cruz de una manera abusiva, descarada e hipócrita… Algo muy repetitivo en la carrera de este viejo lobo de mar en la historia política del país.
Este eterno candidato, que en cada elección resucita con un nuevo disfraz, esta vez nos trajo a Juan Pablo Velasco, el “gurú digital” cuyo apodo es “Diese” con códigos y algoritmos. Qué lindo, ¿no? Ojalá la pobreza, la justicia vendida y la corrupción también tuvieran botón de reinicio.
Velasco brilla en redes, dirige aplicaciones y dice que podría manejar la Asamblea con una tableta. Pero lo que más gusta de él es su probable chequera, porque en esta campaña los principios se financiarán… pero con dinero fresco. Y el universo digital necesita muchos megas.
Qué lindo sería si el pueblo eligiera sin siglas... En un mundo paralelo, donde se pudiera mezclar lo rescatable de cada fórmula, tal vez Dunn y Lupo serían el dúo decente que necesitamos. Ambos fuera del molde tradicional, con pasado limpio y sin compromisos con logias, cocaleros ni “parlamentarios en alquiler”.
Pero como eso es pedirle peras al desierto, volvemos a la realidad: donde los que tienen experiencia, la tienen en perder, y los nuevos no saben ni por dónde empezar.
Tenemos candidatos que quieren comprar simpatía y vender capacidad, pero no traen ni la billetera ni el producto. Nos quieren enamorar con frases, no con acciones. Nos quieren convencer con marketing, no con hechos. En fin, esto es lo que tenemos, así que sigamos adelante…