La decisión de Luis Arce de declinar su candidatura presidencial no es un acto de grandeza ni de desprendimiento altruista. Es, simple y crudamente, un gesto de pragmatismo extremo. Se trata de una jugada de supervivencia política en su estado más puro. Y, aunque duela admitirlo, es una lección de política real que deja al descubierto la precariedad estratégica y la falta de sentido de realidad de la oposición boliviana.
Por primera vez en su vida, Arce ha demostrado tener los pies en la tierra. Ha leído con crudeza el momento político que viven él y los suyos: el MAS está fracturado, sus bases están desorientadas, el Estado Plurinacional como estructura ideológica e institucional está en peligro y su propia libertad personal está en juego. Ha entendido que no tiene chances de ganar y que, además, Evo Morales, más allá de su persistente omnipresencia, tampoco es una carta ganadora. Ha asumido implícitamente que su continuidad como candidato solo profundizaría el conflicto interno y aceleraría el colapso del MAS.
En una movida que parece perfectamente planificada, Arce le ha puesto el espejo a Morales: o da un paso al costado, o carga con el costo de arrastrar al partido al abismo. Y en ese mismo acto, ha dejado sobre la mesa el nombre de Andrónico Rodríguez como la única figura con posibilidades reales de aglutinar lo que queda del MAS y evitar una debacle total.
Todo esto no es una estrategia de unidad basada en ideales. Es una cruda maniobra de supervivencia. Es la política real en su versión más descarnada. El MAS, dividido, herido, enfrentado, ha tenido la capacidad —por necesidad de autopreservación— de aplicar el pragmatismo que tanto le falta a la oposición boliviana. El cálculo es claro: preservar el poder es preservar su propia libertad, su estatus, su estructura clientelar y el control de un aparato estatal que todavía manejan con mano de hierro.
La oposición sigue atrapada en sus infantilismos políticos. Saben que si el MAS gana, el país entrará en una etapa de persecución política sin precedentes. Saben que la economía está al borde del colapso, que la inversión privada está asfixiada, que la democracia pende de un hilo. Y aun así, se niegan a asumir el pragmatismo como principio rector. Siguen en la lógica del suicidio político, jugando a la dispersión, al ego personal, a las candidaturas testimoniales, mientras el país se hunde.
Hoy, la mesa está servida para el MAS. Tienen el voto duro, tienen las instituciones, controlan la justicia, manejan el aparato represivo y, si es necesario, tienen la capacidad de montar un fraude electoral. Arce, además, ha pedido destrabar los créditos en la Asamblea, abriendo el camino a una inédita carrera de prebendalismo electoral, en paralelo a la persecución política y la guerra sucia para eliminar a cualquier rival incómodo.
Es la realpolitik en su expresión más brutal. Una lección que, por más dolorosa que sea, la oposición debería entender antes de que sea demasiado tarde. Porque en este momento, no se trata solo de elecciones. Se trata de la supervivencia de la democracia, de la economía, del futuro del país.
Hoy, la mesa está servida para el MAS. Tienen el voto duro, tienen las instituciones, controlan la justicia, manejan el aparato represivo y, si es necesario, tienen la capacidad de montar un fraude electoral.