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Cleopatra: Entre el Poder y el Dolor

La última reina de Egipto desafió imperios y prejuicios, mientras enfrentaba enfermedades que marcaron su destino.

| Aníbal Romero Sandoval - Médico | 2025-05-11 18:45:00

En la vasta historia de la humanidad, pocas figuras han encarnado con tanta fuerza el espíritu de una nación como Cleopatra VII, la última reina del Antiguo Egipto. Su nombre evoca exotismo y seducción, pero reducirla a un mero símbolo de belleza sería una injusticia histórica. Cleopatra fue una estratega brillante, una diplomática astuta y, sobre todo, una mujer que luchó con feroz determinación por la supervivencia de su reino frente a las tormentas políticas del mundo antiguo.

Nacida en el año 69 a.C., heredó un Egipto fracturado y empobrecido, donde la dinastía ptolemaica, de origen griego, apenas mantenía el control. Lejos de rendirse ante la debilidad heredada, Cleopatra aprendió a hablar egipcio —algo que sus predecesores ni siquiera intentaron— y se proclamó hija de Isis, la poderosa diosa del panteón local. Así, tejió con palabras y gestos un lazo profundo con su pueblo, logrando una legitimidad que iba más allá de la sangre.

Pero su inteligencia no se limitó a lo simbólico. Cleopatra supo navegar entre los gigantes del poder romano. Forjó alianzas políticas y amorosas con Julio César y, más tarde, con Marco Antonio, no desde la sumisión, sino desde la negociación. Fue amante, sí, pero también cogobernante, estratega y comandante. Participó activamente en decisiones militares, acuñó monedas con su imagen y expandió el prestigio cultural de Egipto. Bajo su reinado, Alejandría brilló como faro de ciencia, arte y filosofía.

Sin embargo, tras esa imagen de fuerza también hubo vulnerabilidad. Cleopatra vivió bajo una presión constante, entre guerras, traiciones, pérdidas personales y una lucha por mantener su autoridad en un entorno dominado por hombres. Diversos estudios históricos y médicos modernos han sugerido que pudo haber padecido enfermedades crónicas, posiblemente relacionadas con factores hereditarios o enfermedades infecciosas comunes en su tiempo, como la malaria o la brucelosis. Se han planteado también hipótesis sobre posibles desequilibrios hormonales que afectaban su aspecto físico, lo que desmitifica la imagen idealizada que propagó el arte romano posterior.

No menos relevante es el análisis del estado de su salud mental. El suicidio de Cleopatra —ocurrido en el año 30 a.C., tras la derrota frente a Octavio— no fue una rendición, sino su último acto de soberanía. Cuando comprendió que sería humillada públicamente en Roma, eligió morir con dignidad. Este desenlace ha sido interpretado por algunos como un gesto político extremo; por otros, como una respuesta desesperada en el contexto de un profundo colapso emocional.

Hoy sabemos que las personas sometidas a presiones intensas y prolongadas —como las que vivió Cleopatra— pueden desarrollar cuadros de ansiedad, depresión o agotamiento emocional severo. La aparente frialdad con la que organizó su propia muerte, después de perder a Marco Antonio y a su reino, podría reflejar una combinación de dolor psicológico profundo y la determinación racional de no permitir que Roma dictara su final.

Cleopatra no fue solo la última faraona: fue la encarnación de la resistencia. En un mundo gobernado por ejércitos y prejuicios, ella empuñó la palabra, el símbolo y la estrategia como armas. Su figura sobrevive no como un mito frágil, sino como testimonio de fuerza, inteligencia y vulnerabilidad humanas. En cada rincón donde una mujer lucha por ser escuchada, Cleopatra vive. No como un ícono perfecto, sino como un espejo real de poder, dolor y coraje.

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