Señores ministros, viceministros y demás autoridades: hace rato que sus declaraciones sobre economía parecen parte de un concurso para ver quién dice la estupidez más grande. Que la carne no debería subir porque la vaca se compró hace tres años, que el pasto no cotiza en dólares, que el tomate "se hace en casa", y otras joyas por el estilo, revelan una ignorancia peligrosa. No solo hacen el ridículo: están dañando al país.
Como no les gusta leer ni escuchar argumentos complejos, les contaremos en palabras bien sencillas cómo un país en ruinas —Alemania, después de la Segunda Guerra Mundial— logró levantarse y volver a ser potencia mundial en tiempo récord. Tal vez, solo tal vez, aprendan algo.
En 1945, Alemania estaba en ruinas. No figurativamente: bombardeada, destruida, invivible. La gente comía de la basura, no había nada en los mercados, el dinero no servía ni para el baño. Se usaban cigarrillos como moneda. ¿La causa? No solo la guerra. También el control de precios, el racionamiento y un Estado que pensaba que podía fijar los valores de todo desde un escritorio, igualito que ustedes.
Los Aliados —EE. UU., Inglaterra y Francia— mantenían esos controles porque creían que así evitaban el caos. Lo único que lograron fue profundizar la miseria. Nada funcionaba. Nadie quería producir ni vender, porque los precios eran absurdos. El mercado negro era más grande que el mercado legal.
En ese contexto, entra en escena Ludwig Erhard (apréndanse ese nombre). Este hombre fue el ministro de Economía alemán. En 1948 eliminó todos los controles de precios y cambió la moneda. En una semana, los estantes de las tiendas se llenaron de productos. La gente volvió a trabajar. El mercado negro desapareció. En meses, la producción industrial se disparó. En pocos años, Alemania era otra
¿Cómo lo hizo? Muy simple: liberó la economía y restauró la confianza. Permitió que los precios reflejen la realidad. Cuando los precios son reales, la gente produce, vende, invierte. Cuando están manipulados por burócratas que no han vendido ni limonada en su vida, el sistema colapsa.
Ustedes siguen creyendo que pueden fijar el precio de la carne, del pollo, del huevo, del dólar, del tomate y hasta del sentido común. El resultado está a la vista: mercados desabastecidos, productores fundidos, consumidores engañados y un país donde todo escasea, menos el discurso absurdo.
¿No quieren que suba la carne? Aseguren condiciones para que producirla sea rentable. ¿Quieren precios bajos? Incentiven la competencia y eliminen el contrabando. ¿Quieren dólares? Dejen de asfixiar al sector exportador. ¿Quieren que baje la inflación? Dejen de imprimir billetes sin respaldo. No hay magia. La economía funciona con reglas, no con discursos populistas ni memes.
Una última cosa. Alemania no se salvó porque vinieron los gringos con plata. Se salvó porque sus líderes tuvieron el coraje de hacer lo correcto, aunque fuera impopular. No mintieron, no improvisaron, no culparon a la vaca ni al pasto.