Parece contradictorio que Jesús coloque al centro del Padrenuestro su única petición material: «Danos hoy nuestro pan de cada día» (Mateo 6,11), y pocos versículos después en su famoso Sermón de la Montaña diga: «No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer» (6,25), porque «Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura». (6,32-33).
Es obvio que el último decreto sobre los salarios en Bolivia no busca el Reino de Dios, mucho menos Su Justicia, ni ninguna otra justicia, tampoco las intervenciones sobre el precio y el peso del pan ya que favorecen a unos pocos en perjuicio de otros. No es más que el pan y circo de siempre.
“Cada panadero alaba su pan”. Es cierto, pues, Jesús mismo dijo: «Yo soy el pan vivo bajado del cielo para la vida del mundo» (Juan 6,51). Pero hay que tener un sentido crítico ante cualquier propaganda. Los noticieros ahora llaman los avisos publicitarios “consejos”, pero un buen consejo que yo aprendí es “Caveat emptor”, que del antiguo latín significa que el comprador debe tener cuidado de no ser engañado por el vendedor. ¡Cuánto más cuando la propaganda es del gobierno utilizando los recursos del pueblo para alabarse a sí mismo! Jesús también ofreció un consejo: «Por sus frutos los reconocerán» (Mateo 7,16).
Aunque el Premio Nobel en Ciencias Económicas fue recién establecido en 1968, deberían dárselo a Jesucristo en virtud del Padrenuestro. Lo enseñó antes de ser crucificado por un supuesto “golpe de estado” —Rey de los Judíos— que el mismo Pilato comprobó inexistente.
El “pan de cada día”, resumen de todas nuestras necesidades materiales, es el pedido central del Padrenuestro, aunque Jesús insiste en que «no solo del pan vive el hombre» (Mt 4,4; Lc 4,4), y que es necesario priorizar el Reino de Dios. No olvidemos que Jesús mismo, en más de una ocasión, alimentó a la multitud con panes y peces (Mt 14,13-21 y 15,32-38; Mc 6,32-44 y 8,1-9; Lc 9,10-17; Jn 6,1-14), al verlos como “ovejas sin pastor” (Mc 6,34), abandonados a su suerte.
Antes de aquel gran milagro Jesús les enseñaba “largo rato” (Mc 6,34). Así en el Padrenuestro, nos enseña primero a conocer a Dios como «Padre nuestro que está en el cielo». Antes de pedir el pan, debemos rezar: «Santificado sea Tu nombre; venga a nosotros Tu Reino, Hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo». Jesús aconseja: «Cuando oren, no hablen mucho» (Mt 6,7), porque la oración no es magia ni manipulación; es relación, confianza, compartir y conversión.
Toda esta primera parte del Padrenuestro antecede el pedido del pan de cada día porque caso contrario, el ser humano, no acepta lo que Dios dijo a Adán y Eva: «Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado» (Génesis 3,19). Siempre queremos ser como dioses determinando para nosotros mismos lo que es bueno y malo (Ver Gn 3,5), convirtiendo piedras en pan sin escuchar las palabras que salen de la boca de Dios (Ver Mt 4,3-4; Lc 4,3-4).
Por la segunda parte del Padrenuestro Jesús debería recibir el Premio Nobel de la Paz. La primera parte nos da la clave para la justicia económica. La segunda nace de la observación que la competición para conseguir el pan de cada día desemboca en un sinfín de ofensas, conflictos, violencias, guerras, maldad y pecados de toda clase, que trágicamente para muchos es su verdadero pan de cada día. Entre ellos está lo que el Papa Francisco llamó “formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y productiva” (“Laudato Sí” 32), del cual son responsables capitalistas salvajes y socialistas diabólicos.
El único remedio de la maldad ya cometida que podrá romper los ciclos interminables de destrucción y venganza es: «Perdona nuestras ofensas como también perdonamos a los que nos ofenden». Por supuesto, hay un lugar para la Justicia, pero no debe ser otro lobo en piel de oveja. Hay que evitar cuantos males sea posible: «No nos dejes caer en la tentación». Y por supuesto, darnos cuenta del verdadero Enemigo que busca frustrar el Reino de Dios: «Líbranos del mal».
Dios te bendiga.