Los síntomas de la crisis económica boliviana no se pueden ocultar ni con discursos ni con cifras dibujadas. Pero en lugar de enfrentar la realidad, el Gobierno de Luis Arce ha optado por fabricar fantasías macroeconómicas que ni siquiera los más fervientes militantes pueden creer. Mientras el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y la CEPAL bajan drásticamente las expectativas de crecimiento para el país, el Ejecutivo sigue proyectando un horizonte rosa, como si estuviéramos en otro planeta.
¿Quién tiene la razón? Basta revisar los últimos cuatro años para responder. En 2021, 2022, 2023 y 2024, el Gobierno ha sobrestimado sistemáticamente el crecimiento del PIB. Y no por poco. La suma de sus errores supera tres veces los desvíos del FMI. El gobierno boliviano tiene un récord de imprecisión escandaloso: 6,83 puntos porcentuales de error acumulado frente a los 2,45 del FMI. Esto no es un empate técnico. Es una derrota categórica.
En 2025, el FMI y el BM prevén que Bolivia crecerá apenas un 1,1% y 1,2%, respectivamente. La CEPAL se suma al coro del pesimismo fundado, señalando que América del Sur tendrá un crecimiento promedio de 2,5%, y Bolivia se ubica muy por debajo de ese nivel. ¿Y qué dice el gobierno? Que creceremos 3,51%. Que todo está bajo control. Que la estabilidad macroeconómica está asegurada. Un cuento.
La situación se torna grotesca cuando el Ministerio de Economía se ofende con las proyecciones del FMI, como si fueran insultos personales y no diagnósticos técnicos. El Ejecutivo acusa a los organismos internacionales de “subestimar” a Bolivia. Pero los hechos son tercos: en todos los años recientes, fue el gobierno el que más se desvió de la realidad. El que más se equivocó. El que más prometió y menos cumplió.
Y no es solo un tema de cifras. Esta narrativa oficialista tiene consecuencias graves. Cuando se sobreestima el crecimiento, se inflan ingresos fiscales inexistentes, se aprueban presupuestos irreales, se toman decisiones económicas equivocadas y, lo peor, se engaña a la población. ¿Cómo construir confianza si las promesas del gobierno están basadas en humo?
Además, el crecimiento del PIB no significa absolutamente nada si no viene acompañado de un fortalecimiento del aparato productivo real. El crecimiento boliviano ha estado capturado por sectores que no generan valor ni empleo: la administración pública, la intermediación financiera y los impuestos. Mientras tanto, los sectores que sostienen la economía —agricultura, manufactura, comercio informal, servicios— crecen menos que el promedio o están estancados. ¿De qué sirve crecer en el papel si en la calle todo está peor?
¿A quién creerle? ¿Al FMI, al BM, a la CEPAL, a las calificadoras de riesgo, a los economistas independientes, a las cifras duras de caída de exportaciones, reservas e inversión? ¿O a un gobierno que ha demostrado ser incapaz de reconocer siquiera la existencia de una crisis.