“No hay plata” es la idea más fuerte que ha expresado el nuevo presidente argentino Javier Milei, la mejor prueba de que se trata de un novato en materia política, pues ningún colega suyo, salvo en tiempos de guerra o de alguna emergencia extraordinaria se atrevería a decir semejante cosa.
El primer ministro británico Winston Churchill les dijo a los ingleses que derrotar a los nazis les costaría “sangre, sudor y lágrimas” y no hace mucho, la canciller alemana Angela Merkel se ganó la admiración de algunos y la críticas de la mayoría, por su extrema sinceridad en el manejo de la pandemia del Coronavirus, cuando casi todos optaban por “dorar la píldora” o apelar a sofismas. En Bolivia ganamos el campeonato mundial cuando los líderes políticos le dijeron a la gente que recurra a los curanderos, que coma pasto o que tome remedio para vacas.
Decirle a los hijos que no hay plata es lo que haría un buen padre, en caso de que los ingresos familiares hayan bajado, tengan que reducir los gastos y hacer esfuerzos excepcionales para superar la crisis. Les diría además que hay que fijar prioridades, hacer sacrificios y sobre todo, motivarlos para no descuidar lo esencial, la salud, la educación, el pago de los servicios y cualquier elemento que evite la disminución de la calidad de vida. Suprimir los lujos, eliminar los gastos superfluos y las salidas a comer, “medir el centavo”, ayudar en la casa, son medidas que a nadie le gusta y obviamente generan protestas, pero hacer lo contrario sería perjudicial, especialmente para ellos, que en la niñez y en la juventud se labran el destino que los seguirá por el resto de sus vidas.
En Bolivia, donde todavía existe mucha tradición campesina y de vida rural, nadie se queda sin trabajar. Los chicos ayudan a los padres en la labranza, el cuidado de los animales, en la cocina y la crianza de sus hermanos. No se trata de explotación infantil ni nada de eso, sino de valores que los psicólogos innovadores están tratando de rescatar y difundir en las familias urbanas y “modernas” que creen que hacer felices a los niños es darle todo cuanto pidan y jamás exigirles nada, porque eso daña su autoestima y su normal desenvolvimiento.
El resultado de esa “política familiar” es la aparición de las nuevas generaciones frágiles, chicos que no tienen ninguna motivación, ningún interés ni habilidad más que pasarse el día entero con el celular en la mano, consumiendo contenidos nada edificantes. Antes los padres presumían de sus hijos geniales, sobresalientes, “abanderados” y llenos de diplomas. Hoy pelean por buscarle excusas, diagnósticos raros o cualquier argumento que sirva para justificar la mediocridad y sobre todo, su fracaso como jefes de familia.
Lamentablemente la sociedad en general y especialmente la política anda en las mismas. Los gobernantes están muy cómodos produciendo generaciones minusválidas, incapaces de ganarse el sustento y a expensas de las migajas que les da el “papá estado”, un mal padre en realidad, porque lo que crían no son hijos, sino esclavos.