Tribuna

¿Los bolivianos somos idiotas, nos hacemos o queremos ser idiotas?

¿Los bolivianos somos idiotas, nos hacemos o queremos ser idiotas?
Alberto De Oliva Maya | Columnista
| 2024-11-11 14:54:06

¿Los bolivianos? Ah, sí, ¡la cumbre de la idiotez! Pero, claro, no es culpa nuestra. O somos idiotas de nacimiento, o estamos empeñados en perfeccionarnos.

En otros tiempos, "idiota" era simplemente quien vivía en su burbuja, quien solo miraba su ombligo, sin capacidad ni deseo de hacer algo por los demás. Pero parece que en Bolivia hemos llevado este arte a un nivel épico, casi de culto. Y vaya si nos afecta, porque esta idiotez no es solo para consumo personal, ¡la compartimos con generosidad! Así, día a día, el país entero paga por esta epidemia de "idiotez solidaria".

Pasemos a los reyes de esta fábula nacional: esos "brutos ilustrados" que no solo superan en brutalidad a los animales, sino que se especializan en exprimir a la ciudadanía. ¡Y qué bien que lo hacen! Después de todo, ¿qué mejor lugar para encontrar víctimas que en un país de inocentes profesionales, donde la ocurrencia se transforma en una virtud nacional? Nos encanta pensar lo mejor de todos y olvidarnos de que nuestros dirigentes no son ángeles, sino nuestros brillantes "líderes".

Ahora, enfoquémonos en el escenario de la idiotez boliviana, esa tragicomedia donde los líderes que tenemos, incapaces de otra cosa, despliegan toda su ineptitud mientras la ciudadanía observa desde su sillón de cobardía. ¿Por qué mover un dedo? Aquí estamos, cómodos en nuestra falta de todo: combustible, dólares, coherencia, valores, respeto, leyes, justicia, valentía… y sí, falta de inteligencia ciudadana.

¡Ah, los bolivianos somos idiotas, pero de campeonato! Porque hemos pasado más de 24 días sumidos en el circo de la "crisis matrimonial" de poder entre el ilustrísimo Evo Morales y su secuaz, el gran Lucho Arce. ¡24 días! Y aquí estamos, viendo cómo estos dos titanes del absurdo juegan a las sillas musicales con el poder, mientras el país se queda sin combustible, sin trabajo, sin comida, sin nada. Y nosotros, en lugar de exigir, ¿qué hacemos? Pues nada, seguimos como corderitos, aceptando lo que sea.

Nos hacemos los idiotas porque no tenemos el valor de enfrentarnos a la policía de juguete, dirigida por un ministro idiota, único cuyo plan es llenarnos de miedo. Así, mañana, cuando nos necesiten bien dóciles y manejables, estaremos listos para ser su base de operaciones, y ahí sí, que nos exploten como corresponde.

Y queremos ser idiotas, ¡claro que sí! Porque no vaya a ser que, al reclamar o mostrar descontento, perdamos nuestro "gran" puesto partidario, ese milagroso empleo que sostiene a nuestra familia y nos hace sentir como los verdaderos dueños de Bolivia. Aquí la dignidad va en función del puesto, ¿o no?

¿Y nuestros políticos? ¡Oh, nuestros adorados idiotas nacionales! Lucho Arce y su vicepresidente nos deleitaron con su show donde, entre aplausos comprados y flores arrojadas, proclamaron que Bolivia va viento en popa, sin colas, sin crisis, ¡y hasta con gasolina para todos! Claro, según ellos, solo los brutos hacen filas. No, no estamos en crisis; lo que tenemos es una enfermedad crónica aguda de idiotez de primer nivel.

Mientras tanto, en Santa Cruz, aquella cuna de "valientes orientales", hoy convertida en una región donde la dignidad se arrastra al nivel de intereses oscuros y agendas personales, ¿qué se hace? Nada, por supuesto. La institucionalidad, otrora motivo de orgullo, se desmorona entre bastidores mientras los cruceños ven cómo su dignidad se convierte en moneda de cambio en el juego político.

Así que, sí, señores, celebraremos nuestra idiotez en estos 4 años de gobierno. Porque en esta tierra, la valentía se cambió por comodidad, el valor por cobardía, y los derechos ciudadanos por un desfile de corderos que prefieren ser pastoreados.

¿Los bolivianos? Claro que sí, somos la obra maestra de la idiotez y la resignación. ¡Lo hemos perfeccionado! Porque si algo sabemos en esta tierra, es cómo aguantarlo todo, aceptar cada golpe sin rechistar, y ver cómo se nos caen los pedazos de país mientras fingimos que todo está bien.

Duele, claro que sí. Duele demasiado. Duele ver cómo la corrupción se ha adueñado del poder político, convirtiendo el mal en la doctrina oficial y castigando a cualquiera que ose tener decencia y valores. Aquí, las buenas costumbres son penadas con la fuerza de los "jueces idiotas", que, para variar, protegen solo a quienes manejan las reglas de este juego podrido.

Duele que Bolivia esté en bancarrota, sin divisas y sin dólares para comprar combustible. Pero duele más que, mientras tanto, nos entretienen como a niños, inventando dramas de liderazgo en el partido de gobierno. ¿Y nosotros? Aplaudiendo el circo.

¿Y las filas? Claro, duele ver las interminables colas para cargar gasolina, diésel, y hasta las garrafas de gas. Este país, que una vez fue un gran productor de gas, ahora ofrece solo largas esperas y escasez. El gas, aquel recurso que prometía hacernos vivir bien, ha servido únicamente para que los "vivazos" del MAS vivan mejor. Mientras tanto, el resto, en el “vivir bien”, sigue en espera.

Duele que, las opciones de buscar alternativas políticas, nos encontramos siempre con los mismos idiotas de siempre. Los eternos perdedores, expertos en derrotas y expertos en discursos vacíos. ¿Su nuevo plan? Unirse para repartir los pedazos de poder, al mejor estilo de una democracia pactada. Pero claro, como los egos son grandes, ni para eso logran ponerse de acuerdo. Viejas caras, viejas mañas y la misma mediocridad.

Duele ver el estado del Comité Cívico Cruceño, ese que un día fue símbolo de lucha y ahora no es más que una triste caricatura, arrastrada por la cobardía y mal aconsejada por logias de intereses dudosos. ¿Dónde quedó la dignidad de ese Comité? Duele ver cómo el legendario motoquero del Catar, antes símbolo de resistencia, ahora se ha convertido en un título, manejado por un grupo de jóvenes al servicio del masismo. Todo por una mala gestión y la cobardía de los actuales "líderes" cívicos.

Duele ver a Bolivia, sumisa, ciega y sorda ante tanto abuso de poder, ante una fila de líderes envejecidos que se aprovechan de la ingenuidad colectiva, y ante la exhibición descarada de riqueza de nuestros "nuevos héroes", esos corruptos que no tienen reparo en mostrar sus riquezas mal adquiridas, como si fueran los trofeos de una sociedad podrida.

Sí, duele. Y duele porque la idiotez aquí se ha convertido en un defecto colectivo, en un mal al que nos hemos acostumbrado. Y aunque fingimos no verlo, el resultado es este: un país paralizado, lleno de "héroes" corruptos, donde la idiotez no es virtud, sino un mal que deberíamos combatir con todas nuestras fuerzas.

La situación, más allá de las emociones de indignación y cansancio, nos tiene que llevar a darnos cuenta de que estamos en un país donde la corrupción, la cobardía y la pasividad ciudadana han construido una cárcel invisible, en la que nos hemos encerrado con nuestras propias manos.

Duele, claro que sí, pero ¿hasta cuándo? El dolor y la resignación no pueden ser nuestro estado permanente. En lugar de reaccionar y confrontar las injusticias, hemos aprendido a soportarlas, a esperar a que otros vengan a solucionarlas, y nos hemos vuelto expertos en culpar al sistema mientras miramos desde la barrera. Pero el sistema no es solo una estructura lejana y abstracta, el sistema somos todos: cada ciudadano que decide quedarse callado, que elige ignorar la realidad, que prefiere la comodidad de la indiferencia a la incomodidad de luchar por algo mejor.

Hemos permitido que el mal gobierno y los líderes corruptos definan el camino de este país, en parte porque es más fácil no oponerse. La cobardía se ha convertido en una costumbre, y la crítica vacía es nuestra única respuesta. La pasividad, en lugar de protegernos, nos hunde más y nos convierte en cómplices del deterioro. Tal vez lo que más duele no es solo la corrupción o la falta de justicia, sino el hecho de que nos hemos acostumbrado a vivir así, resignados y sin esperanza de cambio.

Entonces, ¿qué se necesita? Tal vez, la única cura para esta "idiotez colectiva" sea recuperar el coraje y la dignidad que un día tuvimos y que parece haberse desvanecido. Necesitamos empezar a actuar y exigir, a confrontar el poder sin miedo, a dejar de temer las consecuencias y recordar que la libertad y la justicia solo son posibles si las defendemos activamente. Solo así, a través de la participación real y el despertar ciudadano, podremos romper este ciclo de idiotez, y transformar Bolivia en un país verdaderamente libre.

Alberto De Oliva Maya | Columnista