Editorial

Los inmigrantes no comen gatos…

El ritual era considerado un acto de devoción suprema y liberación del ciclo de la reencarnación.

Editorial | | 2024-09-23 06:54:00

En 1829, el oficial británico William Sleeman se hizo célebre por la forma cómo enfrentó a un grupo de hindúes que asistían a una ceremonia denominada sati o suttee, que consiste en quemar viva a la viuda en el funeral de su esposo. El ritual era considerado un acto de devoción suprema y liberación del ciclo de la reencarnación.

El militar arriesgó su vida cuando impidió semejante aberración, aunque estaba acostumbrado, pues durante su carrera tuvo una destacada labor en la lucha contra el thuggee, una secta de asesinos que, también por tradición religiosa, defendían sus prácticas porque supuestamente cumplían con un deber divino.

"Muy bien, si es su costumbre quemar viudas, preparen la pira funeraria. Pero también es nuestra costumbre colgar a los hombres que queman mujeres. Así que construyan la pira, pero junto a ella, hagan una horca para colgar a cualquiera que participe en este ritual”, les dijo Sleeman a los chamanes que encabezan la ceremonia.

Este episodio se convirtió en un símbolo del conflicto cultural que se ha mantenido en el mundo y que ha cobrado relevancia en los últimos años, producto de la lucha progresista que enarbola el multiculturalismo.

Si bien Ghandi, un abogado que estudió en Londres, luchó por erradicar estás costumbres, no fue lo suficientemente firme, pues tenía miedo al rechazo de su gente y su prioridad era liberar a la India de los británicos. De hecho, el famoso líder hindú tenía algunas conductas desviadas. Maltrataba a su esposa y solía dormir junto a mujeres jóvenes, incluidas sus sobrinas, como parte de sus experimentos con el celibato y el autocontrol.

Si bien en la India y en muchos otros lugares del mundo no comen perros y gatos, como lo dijo el candidato republicano Donald Trump, lamentablemente el planeta está lleno de horrores disfrazados de cultura y religiosidad.

En la India ya no queman a las viudas, pero las abandonan a su suerte. Hasta sus hijos las desprecian al punto de que hoy, en pleno siglo XXI, existe una ciudad donde viven aisladas estas desdichadas mujeres, a quienes se les prohíbe volver a casarse, no se les permite usar ropa de colores vivos ni joyas y mucho menos participar en celebraciones familiares. Muchas veces son despojadas de sus derechos económicos y obligadas a depender de la caridad o vivir en ashrams (refugios para viudas).

Todos sabemos lo que pasa con las mujeres en Irán, nación que pretende erigirse como un modelo para el “nuevo orden mundial”. El multiculturalismo no dice nada de eso y tampoco de lo que ocurre en decenbas de países, como la mutilación genital, matrimonios infantiles forzados, venta de esposas, crímenes de honor, prohibición de estudiar a las chicas, aislamiento en guetos, prácticas medicinales degradantes y peligrosas y la imposición de vestimenta bajo pena de encarcelameinto y muerte.

Lo más grave no es que sigan existiendo estas formas de vida o que haya movimientos políticos que los ignoren o que los alienten a nombre de la tolerancia, sino que defienden la idea de que esas costumbres deben ser respetadas en París, en Londres, en Nueva York o Ginebra y que occidente debe rendirse ante los pies de esos bárbaros. La inmigración siempre ha sido sinónimo de progreso para todas las naciones, pero jamás se le debe dar paso a la involución.

Si bien en la India y en muchos otros lugares del mundo no comen perros y gatos, como lo dijo el candidato republicano Donald Trump, lamentablemente el planeta está lleno de horrores disfrazados de cultura y religiosidad.