La grave crisis económica que enfrenta el país hoy—y que fácilmente podría convertirse en una catástrofe—es el resultado directo del despilfarro y la mala gestión del mayor excedente económico en la historia de Bolivia. Los graves problemas, que finalmente han sido reconocidos, tienen su origen en la colosal orgía de gastos que se hizo con ese excedente, el cual fue dilapidado de manera impune.
Entre 2007 y 2014, Bolivia vivió un periodo extraordinario que, en mi opinión, debería denominarse el ciclo de las “vacas obesas,” pues el término “vacas gordas,” comúnmente utilizado para referirse a épocas de bonanza, queda corto frente a la magnitud de la prosperidad vivida.
Para comprender mejor este periodo y la posterior debacle, es crucial subrayar las causas internas y externas que propiciaron esta inédita bonanza. En primer lugar, debemos considerar el descubrimiento de grandes reservas de gas, ocurrido irónicamente durante el ciclo neoliberal. En ese periodo, tan criticado, se hicieron grandes esfuerzos de exploración con resultados trascendentales. Como producto de esas reservas certificadas, se construyeron, en dos fases, los gasoductos para su exportación.
Al final del ciclo neoliberal, Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS) asumieron el poder. Coincidentemente, la economía mundial, impulsada por China, entró entre 2007 y 2014 en una fase de crecimiento acelerado, lo que provocó un boom de los commodities en el mercado internacional. China devoraba materias primas, incluso realizando compras y pagos anticipados. El precio del petróleo subió de 26 dólares por barril a 125.
Con esos precios elevados, Bolivia comenzó a exportar sus grandes reservas de gas a Brasil y Argentina. La fortuna acompañó a Morales: los neoliberales habían dejado descubiertas las reservas de gas y construidos los gasoductos necesarios.
Aquí es importante mencionar que los pilares del negocio de exportación de gas fueron la Ley de Hidrocarburos N° 3058, promulgada en mayo de 2005 por Hormando Vaca Díez, y el Decreto 28701 de “nacionalización” de los hidrocarburos, sancionado el 1 de mayo de 2006.
La conjunción de estos factores externos e internos permitió multiplicar casi por diez los ingresos del Estado, dando lugar a un periodo sensacional de bonanza económica. Entre 2007 y 2014, las exportaciones bolivianas crecieron en un 430%, de 2.900 millones de dólares a cerca de 12.500 millones. El Producto Interno Bruto (PIB) creció de 9.000 millones de dólares a 35.000. A su vez, las Reservas Internacionales Netas (RIN) se multiplicaron casi por nueve, de 1.700 millones de dólares a 15.000 millones. La inversión pública, producto de esos altos ingresos generados por el Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH), se multiplicó casi por siete, de 600 millones de dólares a cerca de 4.000 millones en 2014. Nunca antes un gobierno había tenido la oportunidad de disponer y, como veremos, malgastar semejante cantidad de recursos.
En ese periodo, de forma conservadora, se estima que la voraz élite cleptocrática del MAS administró cerca de 100.000 millones de dólares. Al principio, con tantas inversiones, los bolivianos quedaron literalmente deslumbrados por proyectos y mega obras como el Satélite Túpac Katari, las líneas del Teleférico, los bonos, las plantas procesadoras de gas y líquidos, las carreteras de doble vía, y las nuevas empresas estatales. Con ese espejismo, en las elecciones de 2009 y 2014, les dimos la posibilidad de seguir gobernando con más de dos tercios en la Asamblea Legislativa, otorgándoles una concentración de poder sin precedentes.
Ahora, en el actual contexto de crisis, cabe preguntarse: ¿Qué hicieron con tanto dinero? ¿Cómo se aprovechó ese momento envidiable? ¿Fueron buenos gobiernos? La crisis nos despierta abruptamente, y recién comenzamos a ver el despilfarro, los elefantes blancos, las obras de mala calidad, y, sobre todo, la impresionante megalomanía del periodo de Morales. Miles de millones de bolivianos fueron dilapidados en la construcción de su imagen como mito y divinidad.
La peor secuela, sin embargo, fue la creación de una enorme cantidad de empresas estatales inútiles y deficitarias, solo para repartir puestos de trabajo.
Luis Arce continuó con el despilfarro. Acabó con las RIN y endeudó al país. La deuda interna y externa alcanza hoy los 36.296 millones de dólares, equivalentes al 81% del PIB. Arce financió el gasto y el déficit público con ahorro externo y deuda.
Lo cierto es que, en la administración de este fenomenal excedente económico, primó la agenda política y electoral enfocada en la reelección permanente, desechando criterios de racionalidad económica y planificación a largo plazo. No hubo una ingeniería económica y social de inversiones.
Y, como no invirtieron en exploración y descubrimiento de nuevos campos, agotaron el gas, provocando una crisis terrible.
En este sentido, por haber dilapidado el mayor excedente económico de la historia de Bolivia, Evo Morales y Luis Arce podrían ser considerados los presidentes más funestos que ha tenido el país.