En la búsqueda de opciones administrativas más justas y equitativas, muchas personas, incluidos intelectuales, medios de comunicación, diversas instituciones y mandatarios, cometen el error de asumir que aquellos gobernantes que se oponen al capitalismo o a la nación estadounidense son automáticamente la mejor alternativa para cualquier país. Estas posturas parecen ofrecer garantías mecánicas de una gestión gubernamental positiva, lo que resulta en elogios hacia personajes y sus secuaces cuyos regímenes, en la actualidad, dejan mucho que desear.
No se pretende sugerir que el capitalismo sea la solución a todos los problemas de la humanidad, ni que el modelo estadounidense sea el ideal para alcanzar el bienestar general. Los paradigmas capitalistas tienen contradicciones, defectos e injusticias ya bien documentadas por pensadores de distintas épocas. El objetivo es advertir sobre una aceptación casi automática de que el rechazo al capitalismo garantiza una gestión eficaz, cuando en realidad esta suposición carece de fundamento sólido y racional.
Desde finales del siglo XX y comienzos del XXI, han surgido líderes con propuestas de transformación y revolución. Algunos de estos proyectos han tenido éxito, mientras que otros han sido mediocres y mal ejecutados, resultando en nada más que espectáculos de entretenimiento para sus ciudadanos y la opinión pública internacional.
Hay líderes que proclaman la autodeterminación y la liberación del imperialismo, pero en realidad han sustituido un opresor por otro. Anuncian la eliminación de clases sociales, pero lo que realmente hacen es crear nuevas jerarquías que, aunque parezcan diferentes en apariencia, mantienen e incluso agudizan las desigualdades sociales que dicen combatir.
Estos gobiernos suelen mostrar deficiencias en áreas cruciales como salud, educación y seguridad, pero son muy efectivos en promover la imagen de víctimas, tanto interna como externamente. Sus problemas son a menudo atribuidos a factores externos, como sanciones internacionales, en lugar de a la ineptitud con la que gestionan sus recursos. También hay quienes prometen mejoras a largo plazo, argumentando que los resultados se verán en el futuro y que el legado será para las próximas generaciones.
La figura del David enfrentando a Goliat resulta seductora y es utilizada por numerosos líderes cuando sus políticas producen resultados negativos. Sin embargo, no es correcto atribuir exclusivamente al “Imperio” o a sus aliados las fallas de estos proyectos patrióticos. Algunas iniciativas son simplemente inviables y se basan en una interpretación errónea de la realidad, mantenida obstinadamente sin admitir correcciones o escuchar a la gente que se dice representar. Estos casos suelen estar marcados por abusos de poder, intentos de perpetuación en el cargo y el uso de los ciudadanos como propiedad del Estado en lugar de seres humanos con derechos y deberes. Ejemplos como Venezuela, Nicaragua y Cuba merecen un análisis desde esta perspectiva.
Es crucial estar alerta ante autoridades que critican el capitalismo y el dominio extranjero pero que evitan asumir la responsabilidad de sus errores, atribuyéndolos siempre a factores externos. Esta actitud revela incompetencia para enfrentar los desafíos de gobernar, falta de talento y preparación para los cargos que ocupan. Además, no todas las propuestas y ocurrencias son soluciones válidas. Examinar ejemplos históricos y recientes puede ayudar a evitar errores en la gestión del país. Es necesario ir más allá de los líderes carismáticos y sus soluciones aparentemente mágicas. Quienes sufren no son los arquitectos de estas fallas, sino los ciudadanos que, esperanzados, les confiaron el poder.